Yo fui un niño ávido, en primer lugar, de amor, ávido de conocimiento y
de paisaje. Pero tuve la ventaja que muy pocos hombres tienen: la de no haber
leído ni aprendido nada por obligación. Lo que se me enseñó en los pocos años
en que estuve en la escuela, o cuando fui un empleado al servicio de un
comerciante, o de un banquero, o de un editor, lo olvidé. En cambio recuerdo
tantas cosas que aprendí por amor, por amor al arte y por el arte de amar las
cosas.
Juan José Arreola
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